Cómo decirles que a atender a la gente no se aprende
bolígrafo en mano, sino con los ojos en los labios y los dedos en la piel y la
boca en la oreja y mi cuerpo en tu cuerpo.
Cómo decirles que aprender es como vivir, no se espera a que hayamos aprendido, se hace ya, sin más.
Cómo decirles que a atender se aprende con los demás, con
todos los demás: los que admiramos, los que detestamos, los que nos repelen y
los que nos atraen, aquellas y aquellos que nos asustan y nos maltratan,
aquellos que nos rodean y aquellos que nos son hostiles, nuestros amigos
nuestros enemigos nuestros hermanos nuestras hermanas aquellos que están
sentados a nuestro alrededor y a quienes no conocemos, y todos tienen algo que
decirnos, basta con que queramos aguzar un poco el oído, no tendríamos más que
tocarles con el dedo.
Cómo decirles que se aprende a atender a la gente siendo uno
mismo, porque ahí reside todo, en mi cuerpo hecho para gozar y sufrir, que se
parece al cuerpo del otro, y sólo de ahí podremos sacar fuerzas para entender
qué estamos haciendo aquí, ¡coño! Porque tu cuerpo, mi otro yo, me sigue
resultando extraño aunque me pierda dentro, y es en el mío -y sólamente en el mío-
donde siento, donde sé si tú sufres, si gozas, si te cuido o te martirizo.
Cómo decirles que atender a la gente es como escribir: se
hace constantemente, incluso cuando no se atiende, al estar preocupados por lo
que nos rodea, al pensar cada segundo en el otro en lo que le hace sufrir en lo
que pueda aliviarle.
Cómo decirles que se atiende como se escribe: con nuestro
deseo y con nuestra cólera.
No sé cómo voy a decirles todo eso. No sé si sé lo que tengo
que decir reviste el menor interés. No sé si frente a los discursos de todos
los capitostes, de todos los profesores que han sentado cátedra aquí, mi
palabra contará algo. Sé lo que les dirán: Un
médico siempre es un médico; y yo replicaré: es falso, no lo olvidéis, no
siempre habéis sido médicos. Sé que les dirán: En todo médico hay un investigador, un maestro, un galeno; y yo les
diré: es posible, pero jamás consintáis que el saber amordace vuestros
sentimientos, no busquéis vuestro lucimiento a costa del que padece, no
olvidéis tampoco que en cada médico hay tres personas: la que siente, la que
duda, la que comparte. No olvidéis, por último, que no están por un lado los
médicos y por otro el resto; sólo están la vida y las palabras de los humanos,
los humanos que las dicen, los humanos que las leen y las repiten…
Los tres médicos (Martin Winckler)
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