Expiación


Si la migraña es una enfermedad de diagnóstico clínico con exploración neurológica normal, solamente la detallada anamnesis nos dará las claves para dianosticarla. Conviene saber escuchar y es importante saber qué preguntar. En ocasiones en las obras literarias se contienen descripciones insuperables de los cuadros clínicos de los protagonistas, que nos dan una idea superior a la de cualquier texto médico acerca de lo que los pacientes sienten y padecen. 

El texto que pego a continuación pertenece a la obra Expiación del autor inglés Ian McEwan, y la conocí hace unos años gracias al magnífico blog El supositorio, de Vicente Baos. Tal vez algunos la hayáis leído y tal vez algunos recordéis la adaptación cinematográfica que protagonizaron Keira Knightly y James McAvoy en el año 2007, una película que Vicente califica como mediocre pero que a mi, que no había leído la novela, me sobrecogió. 

A continuación se describe con lujo de detalles la migraña de la madre de la protagonista. Merece la pena leerla y releerla. 

"Poco después del almuerzo, en cuanto se hubo asegurado de que los hijos de su hermana y Briony habían comido como debían, y de que cumplirían su promesa de no acercarse a la piscina durante al menos dos horas, Emily Tallis se retiró del fulgor blanco del calor de la tarde a una habitación fresca y oscura. No le dolía, no todavía, pero se retiraba antes de notar la amenaza. Había en su visión puntos luminosos, pequeños alfileres, como si al tejido desgastado del mundo visible lo sostuvieran en alto contra una luz mucho más viva. Sentía una pesadez en la esquina superior derecha del cerebro,  el peso del cuerpo inerte de algún animal ovillado y dormido; pero cuando se tocaba la cabeza y apretaba, la presencia desaparecía de las coordenadas del espacio real. Ahora estaba en la esquina superior derecha de su mente, y en su imaginación ella podía ponerse de puntillas y alcanzarla con la mano derecha. Era importante, sin embargo, no provocarla; una vez que aquella perezosa criatura se desplazase desde la periferia hasta el centro, los dolores, agudos como un cuchillo, borrarían todo pensamiento y no habría la menor posibilidad de cenar con León y con su familia aquella noche. Se movería como una pantera enjaulada: porque estaría despierta, o por aburrimiento, o por el mero hecho de moverse, o por ningún  motivo en absoluto, y sin la menor conciencia. Se tumbó en la cama boca arriba, sin almohada, con un vaso de agua al alcance de la mano y, a su lado, un libro que sabía que no podría leer. Lo único que quebraba la oscuridad era una larga y borrosa franja de luz del día reflejada en el techo, encima del bastidor. Estaba rígida, llena de aprensión, paralizada por la amenaza de un cuchillo, consciente de que el miedo no la dejaría dormir y de que su única esperanza residía en permanecer inmóvil."
"El murmullo de voces indistinto, percibido a través de un suelo alfombrado, superaba en nitidez a una transcripción tecleada a máquina; una conversación que cruzaba una pared o, aún mejor, dos paredes, le llegaba despojada de todo lo que no fueran sus giros y matices esenciales. Lo que para otros era una sordina, era una amplificación casi intolerable para sus sentidos alerta, tan afinados como la antena de una vieja radio. Tendida a oscuras, lo sabía todo. Cuantas menos cosas podía hacer, más percibía. Pero aunque en ocasiones ansiaba levantarse para intervenir, sobre todo cuando Briony la necesitaba, el miedo al dolor la contenía. En el peor de los casos, un conjunto de afilados cuchillos de cocina, incontrolables, le atravesaban una y otra vez el nervio óptico, con una presión más fuerte hacia abajo, y la dejaban totalmente aislada y sola. Incluso gemir agravaba el calvario. De modo que permaneció en la cama mientras discurría el atardecer."

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