La semana pasada uno de mis pacientes, que padece una epilepsia del lóbulo temporal, al final de la consulta, cuando ya nos despedíamos, cogió una bolsa de Casa del Libro y sacó un libro sin envolver. Mi paciente es un hombre culto y amante de la lectura. Con frecuencia intercambiamos recomendaciones literarias. Sin embargo, cuando leí el título del libro me quedé un poco sorprendido: "Ante todo no hagas daño". No sabía si era una indirecta, aunque no recordaba que ninguno de los fármacos que habíamos ensayado para su enfermedad le hubiera producido efectos secundarios importantes. Me dijo que eran las memorias de un neurocirujano inglés, que había leído algunas críticas y que estaba seguro de que me gustaría. Tenía razón: el libro me apasionó y lo he echado de menos retrospectivamente. Es un libro que he necesitado leer muchas veces en todos estos años, porque contiene un relato sincero y reflexivo de nuestro trabajo, porque cuenta lo que pasa por la cabeza de un hombre enfrentado a las circunstancias en las que vivimos (sobre todo los neurocirujanos, pero también los médicos en general) y porque expresa descarnadamente lo que la mayoría callamos porque duele decirlo o incluso pensarlo.
Henry Marsh es un neurocirujano inglés a punto de jubilarse, y construye en este libro un relato apasionante sobre su día a día, en el que no ahorra nada al lector. Sus fracasos estrepitosos, su autoconfianza de montaña rusa, que sube y baja al compás de los inevitables desastres, su lucha contra la burocracia y la degradación del sistema público de salud inglés, sus propios problemas de salud y los de su familia, que lo llevan a vivir la medicina desde el otro lado,... El libro está atravesado por una desarmante sinceridad. El neurocirujano se desnuda frente al mundo y desmitifica su especialidad. Aprender la más compleja técnica quirúrgica es cosa de meses, afirma, pero saber cuándo es el momento de operar es mucho más complicado, lleva dos o tres años aprenderlo. Y saber cuándo es mejor no operar, y dejar morir al paciente... requiere casi toda una vida de experiencia.
Recuerdo mis años en la Facultad sin ningún apasionamiento. Recuerdo a la mayoría de profesores como autómatas que se subían a su estrado con cara de pocos amigos a recitar sus lecciones y no nos contaron nada de cómo era realmente ser médico. De hecho recuerdo a dos o tres profesores brillantes que sí intentaban transmitirnos que existía una parte humana en la profesión a la que nos queríamos dedicar y, curiosamente, ninguno de ellos era clínico. Mi versión joven y universitaria hubiera necesitado un libro como este para saber lo que se le venía encima. Los jóvenes de ahora no deberíais dejar de leerlo.
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